Wednesday, July 12, 2006


16. EL VIEJO DEL POLÍGONO Y EL INDIO DE KANSAS CITY

(EMITIDO EN PROTAGONISTA SEVILLA -PUNTO RADIO, 93,0 FM- EL SÁBADO 24 DE JUNIO DE 2006)

Buenas tardes. Hoy paseamos por el Polígono de San Pablo, queremos tomarle el pulso al barrio. Llego a la Plaza de la Toná. Sentado en un banco, observo el discurrir de la gente: algunas mujeres y muchos ancianos. Un yonqui de ojos tristes y rojos pasea cogido del brazo de su madre, una mujer muy mayor de semblante grave. Un perro chucho de colmillos retorcidos espera pacientemente a que su ama, otra señora mayor de gran y apretada cola blanca, termine de hablar con una amiga suya, con mandil y horquillas. Hay un vendedor charlatán de máquinas de coser junto a la pescadería. A su lado, un local del ayuntamiento que funciona como taller de manualidades para los ancianos. Manos venerables pintan abanicos siguiendo las instrucciones de unos entregados trabajadores. En un banco cercano, una cuidadora coge la mano a un anciano. La chica habla con él, y éste la mira fijamente, con cara de no entender nada.
Continúo mi paseo por la Avenida de El Greco. Antes de alcanzar Kansas City, me siento en un banco-escultura, todo él en bronce. Representa a un viejo sentado con mascota, bastón entre sus piernas y mirada perdida. Una placa nos explica que se trata de un monumento homenaje a la Tercera Edad, feísimo nombre que quieren imponernos cuando hablamos de nuestros viejos. Su autor es Guillermo Plaza Jiménez, y la obra es tan realista que siento ganas de hablar con él.
Quise escribir sobre un barrio, pero mis intenciones iniciales van encaminándose hacia otros derroteros. Acabo encontrándome con nuestro futuro: la vejez, bonita palabra si fuésemos un pueblo ue respetase a sus mayores. Sentado junto a mi viejecito de bronce recuerdo la escena que viví ayer al salir a cenar con mi mujer y mi hija: una abuelita esperaba ilusionada en unos veladores a que viniesen sus hijos y nietos, reservando para ello dos mesas, que torpemente había juntado sin esperar a ser ayudada por los camareros. Llegó la familia, y los tres nietos, con el consentimiento paterno, separaron una de las mesas para cenar alejados de la abuela, y poder hablar de sus cosas. Triste que cada generación sólo se relacione con los de su edad, y que a ciertos chavales les resulte tan desagradable escuchar la sabiduría de la vejez.
Dejo al viejo de bronce sólo en su banco y atravieso Kansas City. Otra escultura me espera: se trata de la estatua de un curioso indio montado a caballo y tristemente desplumado. Con su mano derecha sobre las cejas para taparse del sol, nuestro indio mira hacia la Avenida de El Greco. Quizá busque otra estatua amiga con la que charlar. Amigo indio de Kansas City, tú que vienes de otra cultura que respeta más a los mayores, a ver si le puedes dar algo de palique a la estatua del viejecito del banco para que no se sienta tan solo.